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  • Foto del escritorMarina Boil Sandín

Historia 2: La lágrima del mar.



Érase una vez, erase una vez todos los cuentos empiezan así, pero esto que os voy a contar no es un cuento de hadas. Esta es la historia de un niño, un niño hecho de agua.


En un pequeño pueblo de costa sus habitantes trataban de vivir con una dura realidad, no había niños en el pueblo. Por razones que nunca supieron explicar, en ese pueblo hacía años que no se oían ni los llantos de un bebé, ni la risa de un niño.


A las afueras de este pueblo encapotado por las nubes, en el que el sol no conseguía arrancar una sonrisa, vivía una mujer solitaria llamada Coral, que hacía collares con las conchas del mar. Bajaba todas las mañanas a la playa y recogía conchas cantando hasta la caída del astro rey, en la aldea la apodaban La vigilante del mar.


Un atardecer, Coral recogía conchas mojándose los pies cuando se cortó el pie con una de ellas. La recogió y asombrada descubrió que aquella pequeña concha blanca como el marfil tenía una forma extraña, tenía forma de lágrima.

Entonces decidió aprovechar aquel regalo y pedir un deseo, pidió dejar de estar sola. Guardó la concha en su bolsillo y volvió a casa.

A la mañana siguiente se encontró al despertar, que un niño dormía a su lado. Pero este no era un niño cualquiera, era un niño transparente, su pelo estaba hecho con algas verdes y sus ojos eran conchas de un azul mar profundo. Era un niño hecho de agua.

—Hola mamá —el rostro de Coral se volvió blanco como la arena virgen. El niño se acercó y abrazó a Coral con fuerza. Sorprendida, comprobó que a pesar de estar hecho de agua su piel no mojaba.


—Mamá ¿vamos a la playa?

—Sí cariño ahora vamos —dijo Coral levantándose de la cama sin acabar de creerse lo que ocurría.


Pasaban las semanas y mientras Coral se llenaba de energía con la compañía del niño, el pequeño se debilitaba, disminuía, se estaba evaporando.


Una noche mientras acostaba a su hijo Coral se quedó muda al ver a su niño mucho más débil y delgado. Eso la destrozaba, el intento del niño por hacerla feliz le estaba matando. Cogió al niño en brazos y se dirigió a la playa.

—¿Qué hacemos aquí mamá? —Dijo el niño con voz débil cuando sintió como el agua rodeaba su cuerpo mientras Coral entraba en el mar.

—Tienes que irte mi vida, aquí no estás a salvo.

—Te quiero mamá —Coral soltó suavemente al niño dejando que las olas le acunaran.


Dicen que si prestamos atención, cada atardecer en el sonido de las olas podemos escuchar a Coral y su niño de agua jugando con el mar.

Quién sabe, puede que la próxima vez que pidamos un deseo al mar también se cumpla.

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